martes, 13 de enero de 2009

Vida




La nieve en el Görlitzer brilla tan blanca como su pelo, su silencio emite la misma frecuencia que su mano buscando la mía, el aire helado esperando en la esquina y su nariz fría. Un millón de historias narradas bajo la espesura de su olvido, y un centenar de hermanos con la mirada sobre su cuerpo inmóvil, recordando cada anécdota, repasando cada recuerdo, intentando encontrarlo en una mirada que no traspasará sus párpados cerrados. Su butaca de orejas guardando la sombra de su relieve hueca sin sus curvas, un pasillo crepitando tras la huella de sus pasos ausentes, miles de fotografías guardando polvo en cajones, cientos de postales recorriendo anécdotas de tres siglos de amistades y cada fantasma recorriendo las entrañas de 14 hijos que temen enfrentarse a casi un siglo de una vida que decae.
A mi abuela, Bea, Bati o Beatriz y a cada uno de sus hijos.