Llegó el invierno,
esta vez luchó muy duro
para encontrar su momento,
un otoño impulsivo se acomodó
no dejando el espacio al otro
de encontrar su sitio.
La primera nieve en Berlín,
la primera nieve es ligera,
delicada y gruesa.
Le gusta permanecer en el aire,
jugar a ser la última en rozar la tierra,
componiendo armonías de altos y bajos
melódicos,
que encuentran su terreno
en la ingravidez del tiempo detenido.
El silencio se apropia de la superficie,
invade cada vértice, cada hueco,
y sólo la nieve
es protagonista de su momento.
Sigo pensando
que es auténtica magia,
la que organiza este evento
en el que el blanco es todo,
y la luz se multiplica
en partículas infinitas.
Este invierno, sin embargo,
es distinto, este
invierno
se ha esforzado tanto
por encontrarnos que
ha cambiado el ritmo
de su balada,
tornándose en un allegro vivante,
que cual tormenta
ha arreciado sus veinte minutos
de notas discordantes,
empleando la nieve más salvaje
y oscura en su haber,
inundando de gris violento
los rincones,
para dejar paso a la calma
de su presencia,
ya saben que está aquí,
ahora podrá pasearse
con su pies de plomo
sobre la ciudad
de las noches estrelladas
y los días blancos.
Bienvenido Sr. Invierno,
le extrañábamos,
sin embargo sólo
tengo el tiempo de decirle Hola,
pues otras latitudes de humor
más grato me esperan,
mientras tanto no se sulfure
y rija usted con el rigor pertinente
en mi ausencia.
Atentamente,
unos ojos tras la ventana.