domingo, 25 de julio de 2010

Diamant 154 y 102





Suena el timbre, siempre es el mismo sonido, pero cuando intenta recordar su melodia  todo es oscuridad. Esta mañana estaba profundamente dormida cuando el timbre ha anunciado la hora de despertarse. La dulzura del sueño inalterable de ese hombre dormido le produce paz. Le deja soñando mientras se da una ducha; existe un placer exquisito en ese momento de intimidad que disfruta cada vez menos, y no porque esté perdienedo sus higiénicos hábitos, sino porque dentro del tácito acuerdo, no verbalizado pero tangible de la convivencia, el hecho de compartir la ducha comprende una de las novedades de vivir en pareja.
Al salir, siente de inmediato una súbita humedad aplastando su piel, la temperatura es muy alta para estas horas de la mañana, y el aire petrificado no cede ante el apremiante sofoco. El día será pegajoso. Llega a la estación y en pocos minutos hace su entrada, sube en el primer vagón dado que es el destinado al transporte de bicicletas, hoy la lleva consigo. El tren emprende su marcha y contempla el paisaje en movimiento mientras de piesostiene la bicicleta, sabe que si la suelta no mantendrá el equilibrio, el continuo meneo lateral es suficiente para desestabilizar la corta e inestable pata de cabra.
Ahora que se detiene a pensarlo, va penetrando más y más en el este, con la “Diamant” a su lado, ¿quién ser´ía su primer dueño? Haría alguna vez este mismo recorrido? Desde luego la Diamant es, hoy en día, al igual que el Trabi, uno de los iconos latentes de la DDR. Por esa misma razón imagina a una joven a la que recién terminado su periódo Gymnasium sus padres le regalaron esta bicicleta, o quizá una administrativa que la compró con su primer sueldo.
Mientras deambula entre esas otras realidades que esa “Diamant” que sostiene entre sus manos vivió, vislumbra a un hombre de unos 70 años sentado al fondo del vagón sosteniando al igual que ella una bicicleta entre sus manos, de la que no puede remediar fijarse en el buen estado y bonito cuadro que posee. Los radios apenas tienen óxido y sobre la llanta brillan unas elegantes cubiertas blancas ayudando al carácter de respetabilidad que impone el objeto en sí mismo.
Continúa su análisis minucioso y llega a la conclusión de lo que ha captado su atención concretamente en esa pareja (hombre-bicicleta) y es el color, ese rojo inglés con cierta carga de magenta en su mezcla que luce la bicicleta de ese hombre, ese color que aunque sin duda más lustroso, debido al mantenimiento y cuidado que su amo le ha dado, es el mismo color de fábrica con que pintaron su “Diamant”.
Ceñida ya en el detalle, recorre con la mirada el cuadro completo descubriendo que también tiene el mismo motivo decorativo  de líeneas horizontales de colores olímpicos enmarcando la mitad de la barra perpendicular del cuadro que sostiene el sillín, en el caso de la del hombre, probablemente el original del modelo. Es decir, ahora mismo esta ante la hermanda gemela de su bicicleta, esa misma que pedalea desde hace unas semanas. Son la versión femenina y masculina de los modelos 154 y 102 respectivamente del catálogo de 1958 de Diamant.
A la vuelta a casa se siente rebosante de energía y decide, que aunque son más de 10 km pedaleará hasta casa. Si existe una constante en la ciudad esa es la del viento en contra de la dirección que uno lleve, sea cual sea el rumbo como la hora del día. Además se ha vuelto ha girar la pata de cabra y en cada pedalada golpea el pedal contra la pata, produciendo un un compás metálico y monótono que la acompaña todo el camino.
Cuando llega se siente más pletórica si cabe y piensa que el esfuerzo, bien merece una nueva planta para la terraza. Así que ya a pie, se acerca a una pequeña floristería de Karl Kunger Strasse con gran surtido y variedad en exposición, al frente de la fachada. La tienda de al lado, una frutería exhibe también todo… (continuará)