domingo, 26 de octubre de 2008

El Ocejón plateado


He intentado alcanzar un pico

y no he llegado;

sin embargo en el camino

he tocado y he sentido

entre mis brazos agarrado

el Ocejón plateado.

Atravesando tierras castellanas,

surcando zigzagueantes senderos,

el humo de las chimeneas

en Valverde de los Arroyos

me ha invitado a conocer

su torre custodiada por castaños.

En su roca de pizarra

he leído:

-“Sube, sube.....

que arriba te esperará

el farero”.-

Siguiendo huellas

de burros milenarios

me encontraron nubes

y me perdí en ellas.

Grité, y grité

y nadie respondía,

sólo mi voz volvía.

Agotada y temblando,

me he quedado con la curiosidad

de saber, después de todo

si en lo alto de la torre

el farero me ha esperado.

sábado, 11 de octubre de 2008

Tú escribías


Parece que cada línea que escribiese fuese la misma, cada palabra análoga a las demás, que en cada sentido, en cada énfasis se repita a sí misma.

La mesa está forrada con un plástico estampado de pequeños círculos crema superpuestos, la cámara detenida, la tela roja arrugada, el cenicero con colillas acumuladas, el vaso con su agua contenida moviéndose al ritmo del teclear, la pequeña maceta cuidando de hojas burdeos plegadas y un bote de conservas custodiando sus pocas alhajas; banalidades diarias sosteniéndola en su encierro. “Tú escribías” la dicen, y ella parece esquivarlo. Las letras la acompañaban, la seducían. Era pequeña, o le gustaba creer serlo.

Las puertas, unas más ligeras, otras más pesadas, llega el momento de abrirlas, de mirar desde el otro lado, de desempolvar sus cerraduras y palpar sus horizontes. Ya les habló de la escalera oliendo a humedad, y que pocas veces se encuentran ancianos en las calles, también les contó la pasión sugerida por los pies de las mujeres de pañuelo. Las ventanas emiten luces, a veces parpadean, otras no, esa luz contiene secretos de intimidad de quién las habita, y detenida le gusta leer los signos que desprenden, en su intensidad, en su forma, en su color, en sus intermitencias,  y no por intromisión sino por el mero placer de imaginar vidas ajenas, de las cuáles no trasciende cuánto parecido guarden. Sencillamente al hacerlo, los edificios se transforman reconstruyéndose a la medida de las vidas que alberga. La noche no trae búhos, lleva trenes de luz por raíles que destellan, entre altas torres de ladrillo naranja custodiando canales de oscuridad secreta. Inquietada por la curiosidad, abre las puertas, y pedalea, allí la soledad de su encuentro es un reconocimiento entre su piel y la ciudad, las entrañas se descarnan, la sangre fluye caliente, y la nada no cabe en ninguna de las esquinas que va dejando atrás, ni en horizontes en los que satélites de hormigón pendulen en la niebla. El viento recortará sus facciones, pero su carácter adelantará a las sombras mil veces con las delgadas ruedas de su bicicleta azul. Y al llegar a casa una lámpara roja iluminará los frascos de cristal de una cocina, dejando oculto el rostro, tan sólo desvelando la silueta de un hombre, que lejos de saber si siempre es el mismo, la intriga..