lunes, 1 de diciembre de 2008

Sonrío


Siento que algo importante sucede, el tren encendió máquinas, y traquetea, ha comenzado su camino, y por los pelos logré subirme, y ahora, ahora dentro, descubro a tantos otros que también subieron, las guitarras se afinan, las voces susurran, y en el clamor de los vagones, se mueve la ilusión por aquel mundo anacrónico al que creímos pertenecer. Las ventanas abiertas, los ojos atentos, tiempo a los silencios, aire en el espacio, y el temor en la estación que ya quedó atrás, sólo poner un pie delante del otro, sin prisa, sin miedo, al ritmo de las palabras que desde las entrañas hablan, aquellas que hablan de todos nosotros, ya no somos uno, somos parte del otro, y el otro de nosotros mismos, y sobre el olvido de lo que pudimos ser y no fuimos, bailamos, bailamos, y la música se anima. En este camino que abrimos, algo, algo que ni tiene nombre, ni necesita tenerlo comienza a tomar forma, algo grande, se va dibujando, y cantidad de sonrisas emergen, nacidas de todas las sonrisas que tuvimos la suerte de no contener, y las manos entonces dibujan, pintan, cantan, miran, escriben, y en cada nota, en cada letra, en cada línea, en cada mirada nos encontramos de nuevo y nos alegramos de saber que este momento es el presente, y que el tren ha partido, y tantas tierras quedan ante nuestros sentidos que en cada inspiración residen los suspiros del porvenir. Y yo, señoras, señores, vuelvo a sonreír porque resulta inevitable hacerlo, porque mañana despertaré y el día será blanco, y las nubes parirán silencios, y el aire sabrá azul, y en los cristales los niños escribirán secretos amores, con la inocencia de un dedo sobre la escarcha. Y también lloraré, lloraré con las piernas colgando ante el paisaje subida en ese tren, desde el que amaneceres y anocheceres hablarán por mí, pero lloraré ante la certeza de mi destino, forjado por los pasos que dimos juntos sobre las vías de un tren cargado de porvenir. Y es que llevo tanta alegría dentro que se escapa, se contagia.

Espacios cerrados


Entre el primer y el tercer escalón hubo un lugar en el que sólo existió el denso perfume de un hombre.

Entre Görlitzer Strasse y Schlesisches Tor quedan ocho hojas verdes al trasluz de una farola.

Entre dos esquinas de Oppelner Strasse combaten gorriones y palomas por migas de pan ficticias.

Entre los pasajeros del tren un hombre pequeño, viejo, con las manos posadas sobre sus piernas duerme con ojos cerrados.

Entre los pedales y su sombrero el silencio de la nieve la encontró blanca.

Cuando era yo y no ella, los espacios huecos tenían conciencia.