miércoles, 28 de abril de 2010

Redacción libre


¿Habrá una cámara que me esté grabando en este preciso momento? La sala roja da lugar a un estado de ánimo especial. Esta banqueta resulta igual de incómoda que la que utilizábamos previamente. No tengo más sed. No necesito nada. La puerta se abre y el hombre naranja entra; no hace cinco minutos que salió. Sonríe y se disculpa, tiene una sonrisa encantadora.
Recuerdo que en el colegio, no sé con exactitud, a qué edad, nos pidieron como deberes escribir una pequeña redacción de tema libre. Si era la primera vez que lo pedían o ya lo habían hecho anteriormente, lo desconozco. Cuando llegué a casa y me senté ante el papel el blanco no tardé en decidirme, escribiría acerca de un río que transcurre a lo largo de un angosto cañón en la provincia de Huesca.
Habíamos pasado por allí con el autobús  camino de vuelta de una semana en Cerler, viaje que llevábamos realizando varios años consecutivos. Deduzco que a la ida debí de ir sentada del lado que quedaba próximo a la pared de roca y por esa razón me causó tanta impresión el camino de vuelta. Era uno de esos autobuses en el que los asientos quedan muy altos respecto de la suelo, y como resultado desde su interior no se ve el extremo lateral de la carretera, factor que acentuaba exponencialmente la sensación de verse al borde de un precipicio, avanzando por su línea serpenteante, viendo el fondo del río de aquel verde tan poderoso como atrayente, gritando “ven a mí”.
Repasé el recuerdo de aquel viaje con gusto y escribí un detallado relato, describiendo el sobrecogedor espectáculo que nos ofreció.
Al día siguiente lo entregué en clase y unos días después Doña Eloísa me lo devolvió con un primoroso y pulcro 10 envuelto en un círculo bajo la última línea de mi redacción.
Doña Eloísa era aquel año nuestra profesora de lengua, años atrás también me había dado clase de ética. Era una mujer muy delgada, gozaba de un cutis excelente, tenía los ojos rasgados y labios finos con cierta expresión de enfado agarrada a su semblante de forma constante. Era una mujer muy alta que solía vestir austeramente sus pantalones planchados a raya, camisa blanca y una chaqueta de lana burdeos que cuando hacía calor colocaba en sus hombros a la antigua cubriéndose así la espalda de posibles corrientes.
Al entrar en clase se hacía un silencio sepulcral entre todos nosotros, imponía mucho respeto, sin todavía mirarnos, nos daba los buenos días y dejaba sus libros sobre la mesa, luego leía algunas de sus notas para sí sentada al otro lado de la mesa, para unos segundos después levantarse y comenzar a hablar con aquella solemnidad tan propia de ella, acompañándose de la pizarra para enfatizar los puntos fundamentales del temario del día. Siempre antes de coger la tiza se remangaba con sus finas manos de dedos eternos para luego escribir con caligrafía exquisita, de líneas curvadas y dejar de nuevo la tiza sobre el portatizasde la pizarra y sacudirse sus manos enérgicamente librándose así del polvo blanco desprendido por la tiza.
Doña Eloísa era una mujer seria y parca en palabras, lo que no quiere decir que de cuando en cuando sonriera. A su vez era exigente con nosotros y meticulosa en su método.
Así que cuando aquel día dejó caer la redacción que días antes había disfrutado de escribir en casa con aquel 10 como única anotación, sentí la inmensa satisfacción de quién ve reconocido un trabajo bien hecho, cuyo único esfuerzo había sido el de concentrarme en el recuerdo para escribir con detalle sobre un tema que yo misma había elegido.
Tiempo después en aquel año nos pidió otra redacción libre. Entonces le hablé sobre las cataratas de Iguazú que había visitado unos meses antes en un viaje a Brasil con la familia.
En aquella ocasión pequé de cierta arrogancia tras el triunfo previo sobre el mismo ejercicio, lo cual me llevó a obtener un 7,5 como calificación y algunas correciones a lapicero sobre la redacción. Enseñándome una lección acerca de una importante materia en la vida: la humildad.
Puede que les parezca banal o carente de interés esta anécdota, sin embargo a mí me ha resultado especialmente gratificante repasarla, pues a medida que avanzaba sobre ella, nuevos fragmentos de mi memoria de una época de la que apenas guardo recuerdos volvían nítidos; y precisamente por ese motivo estas mismas líneas son en esencia lo mismo que aquel ejercicio que de colegiala Doña Eloísa nos pidió como deberes para casa, hace ya muchos años.