jueves, 1 de marzo de 2012

Amistad ausente

Hay alguien que espera su respuesta, no sabe si escribir o no escribir, sabe que de hacerlo no entenderá lo que dice, a menos que no diga lo que necesitaría decir, y que de no hacerlo no habrá más preguntas, ni más diálogo, la distancia será tan grande que lo cubrirá todo, y un espeso manto de hielo congelará sus voces en posibles encuentros. 
¿Cómo explicar, se decía, que no es lo mismo que te digan que te aman a pedir que te lo digan? ¿cómo hacer entender que el amor que contienen estas dos acepciones es tan drásticamente distinto? 
A lo que uno llamó estrategias, el otro lo llamó recordatorio de cariño por declarar. Lo que uno entendió como abandono, el otro lo entendió como abandono, en eso sí estuvieron de acuerdo. Sin embargo los meses pasaron y cuando por fin hubo oportunidad de hablar, no se entendieron, y meses después cuando una vez más hubo oportunidad de hablar tampoco se entendieron. Y así una amistad inmensa veía como se desdibujaba en su presente, lugares distintos, problemas distintos, alegrías distintas. Uno no podía compartir su tristeza, el otro no podía compartir su alegría, y así poco a poco se evaporaban los caminos de las charlas de cocina, de los sueños de porvenir, de los viajes hechos, y de los viajes pendientes, de los recuerdos de tantas historias, de las casualidades.
Siempre le conquistó su capacidad para contar historias, para darles vida, y encandilar al espectador con pormenores, con todas las pequeñas y grandes historias ocultas dentro de una sola. Su vitalidad, su optimismo, y su poética creatividad, su manera de hablar de dedales con pinceles, de dedicar tiempo a la forma de una letra, de ordenar sus cuentas de colores, y de archivar sus tarros de flores secas. Y tantas y tantas cosas más que ahora le faltan, que ahora aunque el futuro no le deje pensar en ello, las noches le quitan el sueño para encontrar espacio para pensar en lo que se va, en lo que se deshace. 
Cómo decirle que no entendió lo que escribió, que la disculpa no era disculpa si estaba enfrascada en rabia, cómo decirle que intentó hacerlo lo mejor que supo, que intentó ser quién necesitó que fuese, que intentó necesitar sólo cuando era necesaria, pero que no supo, que se equivocó. Ni supo seguir cerca, ni pudo. Esta vez también necesitó que supiera el otro, que quisiera encontrarlo, que quisiera preguntar. 
Y en el segundo intento, habló clara y honestamente, pero desde el mayor cariño, intentando entender, partiendo de la ignorancia que da un sólo punto de vista, sin embargo la respuesta obtenida no pareció recibir ninguna de esas señales, sólo percibió su yo frente a lo demás. Y quizá su yo, ya no sea capaz de entenderlo, a costa de evitar el suyo. Quizá por vez primera eligió a su yo, antes que al del otro, y por eso no podía responder, por eso no sabía cómo responder. La torre se descalabraba, y cada vez que releyó la última carta, pensó lo mismo, "la leeré mil veces, y mil veces pensaré que si el otro leyera la suya una vez más, entonces, quizá..." ... pero.... 
Y lamentó cada instante siguiente en el que no estaría más presente, ahora que tanta alegría le inundaba, ahora que tanto quería compartir, darle y vivir cerca, no parecía que pudiera ser posible. 
Sabiendo que no podía hacer otra cosa, tampoco podía evitar extrañar la pérdida.
El vacío.
Su ausencia

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