martes, 27 de marzo de 2012

Intacta permanencia

Aunque haya intentado borrar todos los recuerdos ligados a esta casa, no puedo remediar tenerlos presentes cada vez que la piso. Dudo que hubiese podido imaginar que así fuera la primera vez que atravesé su puerta, sin embargo más de 20 años después recuerdo incluso aquel dia. Un tiempo antes en la loma sobre la que se levanta Figueras, ella se había enamorado de un prado presidido por una humilde casa, desde la que amanecía y atardecía la vida frente al Eo. No sé cuál fue la razón exacta que la llevó a cesar en su empeño por convertir aquella casa en su hogar vacacional. Sé que el amor a un hombre en cierto modo se interpuso. Por esa razón amo y odio la casa en la que ahora me siento. Esta casa existe, no obstante, por el amor de una mujer a un hombre, y por el amor de éste a una memoria infantil. Como decía poco tiene que ver como luce hoy este piso a como lucía cuando llegamos. Entonces densas cortinas de flores colgaban de las ventanas, barrocas alfombras cubrían el suelo, sofás de recargados estampados poblaban el cuarto de estar y oscuros muebles imitación caoba repletos de adornos de mal gusto tras vitrinas tapaban las paredes. Abrir y cerrar puertas y ese pegadizo olor a naftalina fueron la sensación que me llevé entonces. Años después remodelarían la casa gracias a un pellizco de la Primitiva, pudiendo convertirla en la casa que tantas veces imaginaron. Hoy en día sigue cubierta por las alegres y bonitas telas de los Farré, inundada de luz tras la cabezonería de ella de abrir un ventanal en la cocina y sometida a sus habituales y acostumbrados ruiditos. La vibración de la nevera con su truqui para sostenerla bien cerrada, las tuberías de los radiadores sintiendo el calor recorrerlas y algunos sonidos perdidos con el tiempo, como el chirriar de los viejos columpios de la Alameda. Mercedes no me ha reconocido, eso ha cambiado, pero su figura en jarras con ceño fruncido vigilando el portal sigue exacta. Otros ya no están, Mencía y su sonrisa eterna, el alto y delgado anciano que se daba largos paseos y duchas frías como receta de salud y otros que también se fueron. Algunos árboles menos ahora que entonces, pero en este pueblo todos sabemos que nunca fueron muy amigos de los árboles. Curiosidades olvidadas permanecen, la silla desencolada, los cuchillos oxidables de Taramundi, los picaportes con trampa y los adornos minúsculos que a ella siempre le fascinaron. Nuevas y ajenas telas atentan cubrir y esconder recuerdos. Fotografías cambiadas de lugar parecen querer obviarla, sin embargo entro hoy en día en esta casa y aunque hayan pasado años desde la última vez que vino ella su presencia me acoge tan cálida como siempre. Intacta permanencia, ella sigue en casa.

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