lunes, 22 de septiembre de 2008

El tracatrá del tren


Aquí, tenemos la costumbre de decir, cuando nos referimos al sonido del tren, “el tracatrá del tren”, es una palabra onomatopéyica, es decir, proviene de la interpretación directa, del ruido que este vehículo emite cuando está en movimiento.
Es una palabra no contemplada en el diccionario, sin embargo su uso y su comprensión es algo evidente para cualquiera que hable este idioma.
Cuando era pequeña, una de mis grandes diversiones era ir a ver los trenes pasar por debajo del puente, y desde arriba, desde lo alto, hacer señas, para que el conductor de este, pitara en señal de saludo.
Otras veces, era ir a la estación, y colocar alguna moneda de duro, en las vías, para tras el paso de estos, recogerla con su nueva forma, una forma plana, deformada, en la que el dibujo se perdía, o se desfiguraba, tomando otras líneas.
Pero, de aquellos ratos en la estación de Sigüenza, lo que me queda sellado, de manera más profunda, es la sensación de soledad, la imaginación volando, sobre los paraderos de aquellos trenes, con destinos sin duda, más aburridos de los que yo fui capaz de imaginar.
Era y sigue siendo una estación pequeña, en la que unos pocos bancos hacían las veces de entretenimiento no sólo mío, sino de algunos ancianos, que echábamos las tardes allí sentados, sin envidiar nada de las rutinas de otros muchos.
La mejor hora era el último rato de luz del día, en que una luz tendida, iluminaba desde un extremo de las vías al otro. A veces en verano, esa era la hora, en la que las nubes se transformaban, en inmensos monstruos oscuros, dando cierto aire de tenebrismo a la escena, pues al otro lado de las vías, era visible una antigua edificación militar, que aunque activa en estos días, parecía siempre una casa fantasma, a medio abandonar.
Las vías traían y llevaban personajes anónimos, que dependiendo de si salían o entraban al tren, rebosaban felicidad, o mostraban rostros de pena infinita. El hecho de poder inventar sus vidas, sus circunstancias o sus paraderos hacía de mí, una figura curiosa e invisible dentro de aquel escenario de seres ajenos a mí. Con la suerte a mí favor de cargarme de vidas extrañas.
Desconozco si resulta comprensible o incomprensible la actitud de mi papel en aquel teatro, sólo sé que el recuerdo de esas tardes permanece intangible entre los momentos felices de mi vida, y que a pesar de su simpleza, no ha restado importancia a los acontecimientos relevantes de ésta.
Si otros disfrutaron de afición similar tampoco puedo pronunciarme, sólo sé que en el transcurso de aquellas tardes de verano, sucedieron probablemente cientos de historias maravillosas de las que fui testigo silencioso, y que a día de hoy me llenan gratamente.
Los años pasaron y entonces fui yo misma la que pudo generar las historias de otros, pues era yo la que entraba y salía de unas estaciones a otras.
Y, en aquel papel activo como creadora de historias para otros, descubrí a su vez, el placer de la contemplación, desde el “tracatrá del tren”, el placer del silencio mecido por su sonido, la soledad desde el interior, desde los abismos de lo conocido, las sonrisas de tantos otros siendo recibidos, las lágrimas de otros siendo despedidos, y yo nuevamente como observadora en la distancia, y creadora de historias del “tracatrá del tren”.
El viaje de los sentidos es, si cabe, de los pocos, en los que, el cuándo, el dónde y el por qué no son las preguntas, sino las banalidades de los que no supieron apreciar el sabor de las historias.

No hay comentarios: